Amanece.
La claridad de la mañana se asoma
más allá, al otro lado del horizonte.
La luz tiembla, indecisa, sobre la arena.
La brisa mece dulcemente las palmeras.
El hilo blanco, transformado en tela añil,
cubre el cuerpo desnudo de la mujer violada.
La celosía del burka tamiza la luz que nace,
pone frontera de rejas al día que despierta:
Las paredes desnudas que no la han cobijado,
el catre de tablas en el que no pudo dormir,
el atrio al que se asoman las ventanas,
el patio en el que viven las macetas
y el surtidor que arrulla los sueños.
Maniatada se deja llevar a la calle.
Camina sabiendo que no ha de volver.
El sexo violado, al andar, duele todavía.
Y duelen los golpes sobre la piel,
los mordiscos, el asco y los recuerdos.
Sabe que ha de morir, adúltera a la fuerza,
con el burka puesto y a pedradas.
Reconoce las callejuelas que recorre,
a empujones, arrastrada, entre insultos.
Aún no hacen sombra las casas blancas,
las tapias con cal enjalbegadas.
El zoco se despereza, abre puertas,
extiende toldos y telas, muestra frutas
verduras, carne y abalorios.
El almuecín llama a la oración
y la multitud, encolerizada, la increpa
por violada. Mujer adúltera.
Siente en el pecho la primera piedra.
Cierra los párpados y sale el sol
Siguen golpeando el resto de los cantos,
como las olas de un mar que no conoce
como una salmodia monótona e interminable,
como una lluvia de aceradas estrellas.
Primer premio, con el título "Morir con el burka puesto", en el XXIV CERTAMEN DE POESÍA DE LA URBANIZACIÓN MEDITERRÁNEO DE CARTAGENA (2015)