Ilustración de Aida Rodríguez Taboas: Así me imaginaba cuando fuera mayor. Ya lo soy, y casi...
Sesenta son muchos, muchos años sin limpiar
en el desván de la memoria, muchos días de polvo
acumulado, de recuerdos que, sobre recuerdos,
lo van cubriendo todo: telarañas que oscurecen los rincones
y dolores nuevos que se suman a los viejos sufrimientos
que nunca se calmaron.
Muchos años para llevarlos siempre a cuestas, sin librarse
alguna vez de tanta basura inútil, de tanto trasto triste
guardado, olvidado en cualquier rincón del desván de la memoria.
Precisos eran el jabón que borrase para siempre la mugre
acumulada que empaña las miradas, que apaga cualquier luz
que ose asomarse desde fuera; las escobas que barren los papeles
rotos, las hebras de hilo que se quedaron en el suelo,
junto a los cabellos que se nos fueron cayendo, a las uñas
mordidas y escupidas y una cucaracha muerta
que se convirtió en polvo, como cualquiera de nosotros.
Fuera los recuerdos tristes e inútiles que atenazan la garganta
y paralizan los pies para que no anden; fuera las lágrimas
que se pierden por áridos surcos de reseca piel sin regar
ni dar fruto; fuera las humillaciones que nos infringieron
los soberbios y las adulaciones con que nos untaron
los mezquinos, fuera los remordimientos vacíos por el mal
que hicimos y ya no tiene solución; por el pecado
que nos fue perdonado o por el que, al final, resultó no serlo;
a la calle, por la ventana, cual infecto libro de caballerías,
los sueños baldíos que se quedaron en nada, en menos que nada.
A la hoguera y que ardan en el patio las lecturas inútiles,
el tiempo perdido en películas sin sustancia, en besos
sin amor, en risas de compromiso e hipócritas sonrisas;
a la hoguera todo lo que dijimos por decir, cuanto,
por quedar bien, simulamos; los orgasmos fingidos
y los comprados, todo lo que no fue auténtico y, al final,
igual hubiera dado no vivirlo.
Mas fuera también, de una vez y para siempre,
los momentos buenos que, por ser ya sólo recuerdo,
nos traen la amargura del bien perdido. No recordar
más lo que se acabó, el goce que no ha de volver;
no dejar lugar a la idea de que otro tiempo pasado
fue mejor... Que la añoranza no enturbie el presente,
que no nos agoste el futuro.
Y, limpio ya el desván, aromas de pino y de limón,
sin polvo ni densas telarañas, entornar las ventanas
de cristales invisibles, salir de puntillas para no dejar la huella
del pie descalzo sobre las húmedas baldosas,
echar un último vistazo y comprobar que todo está vacío,
casi vacío...
Tan sólo, cuidadosamente apoyada, en el lugar de siempre,
en su sitio, tu mirada,
aquella mirada tuya de la primera vez.
Primer premio en el Certamen de Poesía de la Universidad Popular de Talarrubias (2016)