Llegamos al presunto conocimiento de las personas por los más recónditos vericuetos: las impresiones primigenias no son sino arquetipos que nuestra mente fabricó a priori y las casi imperceptibles angulosidades diferenciales; esas minucias que hacen de cada persona un mundo, de cada mundo un universo y de cada universo un sueño; se nos escapan irremisiblemente hasta el punto de que las más de las veces nos limitamos a etiquetar al ser en cuestión con un simple número de referencia.
Puestas así las cosas, RAMÓN DE AGUILAR MARTÍNEZ podría eficiente administrativo por su cuidado bigote, un probo funcionario por su reluciente calva, un hombrecillo introvertido por su insegura conversación, un aprendiz de brujo por el brillo de sus ojos limpios…
Pero el RAMÓN DE AGUILAR MARTÍNEZ cuyo nombre figura en la portada de esta obra no es otra cosa sino el autor del cuento que acabas de leer, lector inteligente que has optado por un cubata menos y un libro más, un ente pensante y escribiente, un elucubrador de sueños, un albañil de quimeras, un obrero de la palabra, un amante de la inutilidad del arte, un ingenuo que, a pesar de saber lo importante que es, no se llama Ernesto.
A ese Ramón puede que sí llegues a conocerlo, como lo he conocido yo tras el deleite reposado de descubrir la brillantez narrativa de AS DE ESPADAS. Aunque puede que yo lo conozca más, porque he tenido acceso a la cadencia rumorosa de LLUVIAS DE PAN Y CHOCOLATE, a la amarga hipérbole de VEINTE INVIERNOS DESPUÉS, a la nebulosa estilizada de BAJO SUS VIEJAS BOTAS, a la soterrada angustia de EL CANTO DE LAS SIRENAS, a la infatigable esperanza de EL BUSCADOR DE LAMPARAS…
Las historias de Ramón son como bocetos de las películas que el viejo John (Huston) ya no rodará: reflejos del perdedor en un espejo de insultante gallardía. Los personajes de Ramón no son seres fuera de contexto, ajenos a su tiempo, son seres amargados precisamente por ese contexto y por ese tiempo: hubieran sido perdedores en otro lugar y en otra época por igual, pero asumen con escalofriante lucidez su condición de catalizadores de la desesperanza. Quizá por eso son la antítesis de esos pasmarotes plañideros que tanto placen hoy día a los devoradores de hamburguesas.
Ni me siento capacitado ni me apetece analizar la construcción de la redacción ni las posibles aportaciones estrictamente literarias de la obra de Ramón. Otras tribunas y otros doctores hay para el caso. Sólo pretendo dejar constancia del orgullo que para la colección de narrativa FLOR DE CACTUS supone contar entre sus autores a RAMÓN DE AGUILAR MARTÍNEZ y entre sus obras AS DE ESPADAS.
Y como ya se me ha visto el plumero de editor, sólo me resta recomendarte, querido lector, que hojees de nuevo este librito y ojees ese párrafo que te gustó en la primera lectura porque los libros son amigos tan fieles que nunca te dirán diego donde te dijeron digo.
J.R.S. Bigné