27 de noviembre de 2023
Alguien me dijo alguna vez o en algún sitio leí que la Literatura la conforman los libros que uno puede leer más de una vez (disfrutándolos, se supone). Hay muchos, la mayoría, que una vez leídos ya nos han dicho todo lo que nos tenían que decir: nos han contado una historia, nos han enseñado una lección, nos han hecho reír o llorar… pero, si tratáramos de leerlos de nuevo, podrían aburrirnos hasta el hastío porque ya no nos dirían nada nuevo: ya conocemos la historia que nos cuentan, ya hemos aprendido lo que nos tenían que enseñar, ya nos sabemos el chiste o han dejado de conmovernos unas vicisitudes que sabemos cómo han de acabar.
Sin embargo, cada vez que volvamos a leer un buen libro, hallaremos en él algo nuevo y volveremos a emocionarnos hasta, en ocasiones, más que la primera vez. Así, “El Quijote” es un libro que a los niños hace reír, a los mayores hace pensar, y a los ancianos nos hace llorar; porque es un libro que crece y madura con nosotros; o en “Cien años de soledad” con cada nueva lectura hay personajes que adquieren una fuerza y un protagonismo que no tuvieron en la anterior, o en “La Voluntad” se despierta en nosotros nuevas inquietudes filosóficas…
Con mi segunda lectura de “La invención de Morel” se me ha dado por pensar que Bioy Casares, quien no sé si estaría de acuerdo con lo que acabo de decir, escribió una novela que solo alcanzaría su pleno sentido para quien la leyera una segunda vez… Una primera lectura, para el lector que sea capaz de llegar al final (pues está llena de “trampas” encaminadas a hacernos abandonarla), habrá sido solo la lectura de una novela de fantasmas, de hechos tan admirables como inexplicables que nos llenan de asombro y estupor, de literatura fantástica en la que en nuestro cielo (el de la Tierra y no el de cualquier planeta inventado), pueden lucir dos soles, unos días sí y otros no; donde el mismo libro puede estar a la vez sobre un anaquel y en nuestro bolsillo (el mismo mismísimo libro y no dos ejemplares iguales), en el que tanto el espacio como el tiempo pierden algunas de sus propiedades… Y al final (trataré de no destripar nada, pero si alguien no ha leído la novela, mejor que no siga leyendo esto, que se la lea ya y luego que vuelva aquí)... Al final, decía, habrá una explicación lógica, científica, razonada… no estamos dentro de un sueño, ni en
otro planeta, ni bajo los efectos de una droga… ni siquiera es ciencia ficción, aunque sí sea ficción científica (y no es el momento de discutir las diferencias).
Pues bien, cuando uno de esos primeros lectores emprende una segunda lectura de la novela, sabiendo la razón de ser de cada uno de los hechos inexplicables que se suceden, su visión se abre a infinidad de caminos, que están ahí trazados desde siempre, en las páginas del libro, pero que uno nunca podría haber visto sin haberlo leído primero… esta parece una idea muy borgiana y nos hace recordar la amistad tan estrecha que unía a estos dos escritores argentinos: escribir una novela dirigida solo a quienes la lean por segunda vez.
Veremos entonces que el fugitivo sin nombre ha abandonado la comodidad de su refugio para vivir en lo más inhóspito de la isla, huyendo de nada (salvo de sus propios miedos) y podremos extrapolarlo a nuestras vidas y las limitaciones que nosotros nos podemos estar imponiendo en base solo a una realidad que tal vez no existe… y este tipo de preguntas, reflexiones o inquietudes nos puede surgir también con respecto a la comunicación, la soledad, el amor, el paso del tiempo, la inmortalidad, la consciencia, la muerte y todos esos temas que están presentes en la novela sin necesidad de estar explícitamente mencionados.
Por lo demás, y en otro orden de cosas, no deja de ser una anticipación a ese mundo virtual, cada vez más presente o más cercano del que incluso ya podríamos estar formando parte:
Hace años (creo que en 1995), pude asistir a un concierto en la plaza de toros de Valencia en el que Nino Bravo, muerto en 1973, salió al escenario para cantar uno de sus temas… lo hizo gracias a un holograma. No fue algo muy logrado; pero he sabido que después también lo han hecho otros cantantes como Michael Jackson, Whitney Hosuton, María Callas o el grupo Abba… y seguramente la técnica se habrá perfeccionado… lo que nos lleva a pensar que la invención de Morel podría no estar tan lejos de ser una realidad; ni que, después de todo, desde principios de siglo, existe una hipótesis, (la teoría de la simulación), según la cual, si la humanidad llegara a ser capaz de simular repetidamente el Universo utilizando algún tipo de computadora avanzada, entonces la probabilidad de que estemos viviendo en una de esas numerosas simulaciones podría ser de casi el noventa y nueve por cien.