6 de octubre de 2006
Amador siempre dice que, cuándo éramos pequeños, yo quería ser “feriante”. Lo que yo recuerdo es que quería serlo todo; aunque me imagino que lo mismo os ha pasado a cada uno de vosotros: desde carpintero a médico, desde misionero a cantante, desde portero de fútbol a periodista… El afán por escribir y por viajar me acompañaron siempre; pero es que estos no eran incompatibles con todos los demás. Un profesor del instituto de Casas Ibáñez me vaticinó que nunca sería nada; pero, años más tarde, al acabar COU en Valencia, otro me dijo que yo podría llegar a donde me propusiera… El del pueblo se acercó más a la realidad; pero durante muchos años, si me esforcé por conseguir algo en la vida, fue por llevarle la contraria, no porque tuviera verdadero interés en ninguna de las carreras que comencé… El otro día fui al cementerio de Casas Ibáñez, que era uno de mis lugares preferidos en la adolescencia (incluso lugar de encuentro en citas clandestinas con la novia de un amigo… convencidos de que allí nunca nos iban a encontrar), y entre los recuerdos, me tropecé con la tumba de aquel hombre. Me dio verdadera pena: Era un mal profesor y una mala persona, pero resulta que lo recuerdo con cariño…
Mas volvamos a los feriantes. Aunque no lo fui, uno de los juegos que en mi niñez se estilaban era el de hacer tómbolas en las que se rifaban todo tipo de juguetes de plástico rotos y tebeos gastados por el uso. Creo que lo reflejé en uno de los capítulos de La Calle de Atrás, uno que se llamó “Luchas y tesoros”. No estoy muy seguro, pero luego lo busco y, si me da tiempo, lo coloco también en la página, por si a alguno de vosotros le apetece leerlo. Lo de las tómbolas surgía espontáneamente, nunca supe cómo, pero de pronto alguien la hacía y, poco a poco todos los niños nos íbamos contagiando y montábamos otras en las puertas de nuestras casas… Si hice alguna fue dejándome llevar por la corriente, así es que el único mérito que me cabe es el de haber montado el Teatro Circo “La Ponderosa”, en cuya única función no solo hubo magia, canciones y volteretas, sino también la representación de una obra de teatro que yo mismo había escrito sobre la muerte de Viriato, episodio que, al parecer, me impresionaba. Las entradas se vendieron a dos reales y estaban impresas de verdad pues, como otras veces, Jesús Gómez, el impresor con quien todavía me paro a hablar alguna vez, nos siguió la corriente y se prestó a hacérnoslas.
Cuando años después conocí a Ana no me enamoré de ella porque sus padres hubieran sido feriantes, ni porque la imaginara nacida entre tómbolas y tiovivos, caballitos y coches de choque, sino por otras razones que no vienen al caso y las mayorías de las cuales estarán escondidas por los recovecos del inconsciente. Además, la historia de su familia la supe cuando ya salía con ella y lo único que cabía era escuchar los recuerdos que me contaban, lamentando que aquel fuera un tiempo pasado y que nuestro noviazgo no tuviera lugar en un carromato de circo o la taquilla de una montaña rusa.
Mas si cuento todo esto no es tanto por recordar viejos tiempos como porque me sirve de prólogo para deciros que la otra noche (hace ya unas semanas), tuve la ocasión de hacer realidad ese sueño y estuve “trabajando” en una tómbola de verdad, en las fiestas de Alborea. Verdad es que mi colaboración se limitó a vender boletos durante unas horas y entregar algún premio pequeño: algún encendedor, libro o botella de vino… pero por un momento allí estaba, bajo las luces, al otro lado del mostrador, como un feriante más. La razón era bien sencilla: Cáritas, que monta esa “Tómbola de la Solidaridad”, me había ofrecido la recaudación de este año para los proyectos de Colombia (no vuelvo a describirlos porque ya debéis de estar hartos de oírme hablar de ellos)… Bueno, no sé si al final la ayuda vendrá o no, pero para mí fue muy agradable ver realizado ese sueño de la infancia y constatar, una vez más, que nunca es tarde para nada, que la vida siempre nos da sorpresas y que lo que no ha ocurrido nunca, se hace realidad en un solo día… Que también la vida es una tómbola.