Hace seis meses que vivo en Coliumo y, cuando me despierto, lo primero que veo es el mar. Me maravilla que ciento ochenta días después, aún no haya podido verlo dos veces igual: siempre es diferente al del día anterior, al de todos los días. Ya sea el color, la luz, el baile de las olas, la bruma que desprende, los peces que saltan hacia el cielo o el canto de las aves que lo sobrevuelan... Cada día es diferente y uno nunca se cansa de mirarlo. He aprendido mucho tan sólo contemplando sus aguas mansas que ya en mar abierto, más allá de la bahía, se pierden por el horizonte.